17.7.08

PM6

Sobre su padre (mi abuelo) y yo.
Sí, hija, de la muerte de un padre nadie se recupera; y creo que de la del abuelo tampoco. Toto, así lo llamó tu hermano mayor, y Toto se quedó para los nietos que llegaron después, tú la última. Toto te quería muchísimo, te abrazaba, tan pequeñita y frágil, y cada vez que lo hacía me impresionaba cuánta ternura podían expresar aquellos brazos fuertes y peludos, con qué cuidado te alimentaba y jugaba contigo a la pelota. Por tu gesto yo sabía que su cuerpo robusto y su nariz grande, su panza y sus lentes, no te disgustaban, al contrario: eras feliz en su compañía porque te sentías segura. Cada vez que tu Toto te veía, anotaba en un papelito las palabras y las nuevas habilidades que habías aprendido. Luego nos lo contaba orgulloso: "La otra vez que vivieron, Isabel todavía no decía esta palabra" o "Ya sabe 18 palabras, la semana pasada eran 15". Decía que eras como "una señora gorda de 50 años", de esas muy ordenadas y exigentes, todos reíamos. A veces te miraba desde su vieja mecedora austriaca, mientras tú jugabas por ahí. Yo no sé en qué pensaba tu Toto, pero en sus ojos había amor y dulzura. Quizá te imaginaba ya mayor sin él, porque ya para entonces estaba muy enfermo y sabía que moriría pronto.

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