28.2.08

hoy terminé

de ver las de reygadas.

1. batalla en el cielo
2. luz silenciosa
3. japón
gracias, ficco

Mitos dañinos, primera entrega: El doble orgasmo femenino.

Durante siglos se supo de cierto que los orgasmos femeninos procedían exclusivamente de la manipulación del clítoris. Lamentablemente, todo cambió cuando Freud tuvo el desatino de asegurar que eso sólo era normal en chicas de hasta cierta edad; cuando pasa la horripilante pubertad, las mujeres deben transferir su sensibilidad erótica a la vagina y tener orgasmos vaginales. Si una mujer no logra esto, dijo el maestro de Viena, es porque su sexualidad ha quedado anclada en la infancia, oséase, por inmadura.

Esa falacia se ha conservado intacta a lo largo de los años, e incluso hay quienes se dicen conocedores(as) de las artes del sexo y siguen pensando así. Grave error. He aquí la verdad: la grandísima mayoría de las mujeres sienten orgasmos solamente al estimular el clítoris y no con la simple incursión del pene (o cualquier otro objeto) en la vagina. De hecho, prácticamente todas eligen estimular el clítoris al masturbarse (98%), llegando al orgasmo en el 96% de los casos. Del 2% de las mujeres que se masturba exclusivamente por estímulo de la vagina, sólo obtienen el orgasmo en el 4% de los casos; poquísimas. Lección 1: en las hembras de todos los mamíferos, incluidos los humanos, el único gatillo para disparar los orgasmos es el clítoris.

¿De dónde viene entonces tanta confusión? Quizás a que los orgasmos se generan en el clítoris, pero se sienten en la vagina. ¿Perdidos? Me explico. La estimulación del clítoris produce sensaciones eróticas crecientes que se suman a nivel cerebral hasta alcanzar un determinado punto. Entonces se produce un desbordamiento neuroquímico que libera oxitocina (una hormona cerebral) en la sangre. Ella es la responsable de que la musculatura que rodea a la vagina se contraiga unas cinco u ocho veces en los orgasmos medios. Si sólo se producen entre tres y cinco veces, las mujeres refieren sentir un orgasmo débil; y si son de ocho a doce contracciones, todas dicen que han tenido un orgasmo muy intenso.

Entonces, ¿Todas las mujeres sienten igual sus orgasmos? Sí y no. La sensación sin duda es la misma: tensión creciente en las piernas primero, acumulación de energía en todo el cuerpo y deliciosa liberación de la misma. Pero por otro lado, no puede negarse que las mujeres sienten algunas diferencias auténticas entre sus orgasmos. Por ejemplo, éstos son más rápidos e intensos al masturbarse; algo menos al ser masturbadas por sus parejas; y bastante menos en el coito.

Lección 2: Desde un punto de vista anatómico, el célebre y fantasmal punto G no existe, no se ha encontrado, por mucho que digan algunos “científicos” muy mediáticos. La zona abultada en la pared anterior de la vagina que reportan sentir varias mujeres cuando están excitadas no es más que el tejido eréctil que rodea a la uretra que se percibe palpando la cara anterior de la vagina cuando entra en erección durante la excitación porque está muy pegado a ella.

Si bien los orgasmos provocados por masturbación clitorídea se sienten diferentes a los alcanzados durante el coito, eso no justifica la existencia de dos tipos de orgasmos. esa es la lección 3. Se comprende fácilmente que exista esa discrepancia porque la contracción de los músculos perivaginales durante el orgasmo en la masturbación se realiza sobre una vagina vacía, sin obstáculo alguno; mientras que en el coito la contracción está entorpecida por la presencia del pene y no puede alcanzar su plenitud. Por eso el orgasmo que se siente en el coito (siempre de origen clitorídeo) resulta menos intenso. Esto explica que algunas mujeres consideren que tienen orgasmos vaginales simplemente porque ocurren durante el coito, sin tener en cuenta el estímulo que ha recibido su clítoris.

19.2.08

10 gustos culpables

Inspirándome en un blog increíble, pongo a su consideración la siguiente lista. Los invito a hacer las suyas, es una actividad de gran diversión. Va que va:

1.
Franco de Vita (noooo basta, regañarlo con haber llegado taaaarde, si te das cuenta ya tu chico es un hoooombre, ahora más alto y más fuerteeeeeeee, queeeeee túuuuu).
2. Los chocolates de sanborns.
3. Usar cotonetes. Me vale pepino que me perforen los oídos, me gusta me gusta me gusta.
4.
Pavel Pardo (mmmm).
5.
Rascarme los granitos y pellejitos de todo el cuerpo. Sí, las cicatrices, sí, las manos sucias, sí, la sangre. Igual lo hago.
6.
Las crocs. No sé que tan feas crees que sean, pero mis crocs naranjas rockean duramente.
7.
El jamón. Sé que no debería entrar en esta lista, pero la verdad es que me gusta demasiado. O sea, más de lo que debería. Me gusta nacamente, pues.
8.
Bailando por un sueño internacional. Sí, intentaba estar en mi casa a tiempo para verlo los domingos. Y no, no creo que esté arreglado. Déjenme en paz.
9.
Fernando Delgadillo. Como que ahora está de moda criticarlo (estilo: "no mameeees, ¿en serio te gusta delgadillo? Pero si todo suena igual, goooei, o sea, es suuuuper intenso") pero aún me gusta mucho.
10. Chismear en facebook. Sí, tengo una tesis pendiente que escribir. Sí, hay muchos libros que quiero leer, películas que quiero ver, amigos a los que quiero llamarles. Acepto que es una pérdida de tiempo, pero igual lo hago. Diario.

17.2.08

16

Nada apesta como los días 16 de cada mes. La tristeza empieza en las puntas de los dedos de mis pies, un cosquilleo por la mañana. Va subiendo hasta llegar al pecho, que en el transcurso del día se me convierte en un nido de pájaros negros. Peleo con el mundo, me muerdo las uñas, la ansiedad no me deja en paz. Y como no sé todavía manejarlo, como no puedo reconocer: "estoy insoportable por tristeza, porque su ausencia vulve mi corazón una pasita aplastada", entonces mejor me enojo por otras cosas y soy chafísima compañía. Hermanos y amigos: aléjense de mí los días 16 de cada mes.

16.2.08

Diario con fechas de Isabel Zapata II

Mis fallas no son pocas. No sé cocinar, no hago ejercicio y no disfruto la playa. Me pongo de malas cuando tengo hambre. Me da sueño bastante temprano. No me gustan las fiestas. Tengo poco control de mí misma cuando me enojo, incluso las veces que sé que no tengo la razón. No tengo ritmo al bailar, aunque disfruto mucho hacerlo. Me da asco el aguacate y el sentimiento de culpa. Parezco pollo espinado cuando uso tacones. Puedo parecer alegre, pero llevo en mis entrañas una ausencia que no se ha hecho menos grave con los meses. Me siento agredida fácilmente. No cambio de opinión con facilidad, aunque de unos años para acá he aprendido que se vale hacerlo.

La lista sería infinita.

Nadie me enseñó a amar, nunca me hablaron de la cautela, de los disfraces. Lo único que entiendo es que el amor no es egoísta. El amor salva, eleva. Es por eso que me entrego sin preguntas y sin respuestas. Poco a poco voy aprendiendo a distinguir lo importante de lo trivial, a vivir sin pedir permiso para hacerlo. Soy burlona, pero sé reírme de mí misma, y lo hago antes que reírme de alguien más. Tengo un corazón sencillo y una mente laberíntica. Cuando pelean gana siempre el primero. Encontré el motor el primer día que terminé un poema, en quinto de primaria. A los pocos años supe que mi destino estaba escrito en verso. He crecido, y el dolor me ha forjado el carácter irremediablemente. Busco a Dios en las hierbas de olor, en la sonrisa cristalina y sombría de mi madre, en el vuelo coordinado de los pájaros, en la suavidad redonda de mis piernas, en las manos abiertas y en los ojos cerrados de un músico de andar distraído.

13.2.08

Diario con fechas de Isabel Zapata

Hoy, al despertar, extrañé a mi madre (ninguna novedad por ese lado). Desayuné toronja y dos quesadillas con epazote. Estuve una hora tratando de comprar mi boleto a Orlando (yeiii) por teléfono. Lo logré. Me bañé, me vestí, me perfumé. Corrí, como de costumbre, al ITAM. Ya en la facultad, platiqué con dos o tres personajes. Temas: las deliciosas y angustiantes complicaciones propias del amor, la elección que hubo de representantes de las carreras, la prudencia de publicar el artículo sobre el orgasmo femenino. Tomé té sin azúcar, muy caliente. Comi jícama sin limón y sin sal. Terminé el libro que debía leer para clase de 530.
230. Comi, con una persona que no esperaba ver en la mesa de junto. Nos saludamos. Caminé, peleé sin tener razón (maldita costumbre), recapacité, me reconcilié, caminé de vuelta. Tomé chai con leche. Encontré, sorpresivamente, a un querido amigo perruno. Nos abrazamos. Se hizo tarde, entré a clase. Participé, apunté, critiqué, aprendí. Salí en el descanso para ver los resultados de la votación. Ganaron los que quería. Regresé al salón. Salí, me fui a mi coche. Cené una gran ensalada, con gran compañía. No tomé vino por el antibiótico. Tampoco café ni postre, solamente dos gomitas rojas en forma de corazón de las que te mandan con la cuenta. Regresé por mi coche. Me disgustó cierto comentario. Me enojé un poco. Lo pensé mejor, me desenojé. Llegué a casa, acariciè a mis perras, me puse la pijama, me lavé la cara, los dientes. Abrí mi mail, nada nuevo. Chequé el garage. Recordé, repentinamente, aquel libro de Francisco Hernández que me encanta, el Diario sin fechas de Charles B Waite. Decidí postear algo de eso, compartirlo. Luego pensé en mi propio diario que, por ser yo un personje real, en un contexto real, está tristemente condenado a tener fechas.

Ahora son 1210. Pienso en mi día, se los cuento.

Diario sin fechas de Charles B Waite

Te lo confieso a ti,
porque no te conozco ni me conoces.
A ti, que ignoras mi procedencia,
el mapa de mis rasgos faciales y el paso ligero
de mis raíces sin rumbo.

Cámara en mano, futuro en mente,
me interno por estos laboratorios
volcánicos y pantanosos,
dispuesto a disparar contra los muros
de un idioma que se resiste a quedarse quieto
entre los labios.

- Francisco Hernández

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