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El sábado, cuando entré a su casa, vinieron a mi mente imágenes de cuando preparaba un mole delicioso y lo comíamos con el quesillo que traía del rancho. Recordé también cómo me enseñó a montar a caballo y la mirada especial que me ha dedicado desde la primera vez que me vio por ser la menor de sus nietos. El sábado, por primera vez, subí corriendo las escaleras de su casa con miedo de que esa mirada se estuviera desvaneciendo. Pero no.
1 comentario:
Hola Isa...
Qué bonito texto. Tiene la mirada de mi abuelita. Será que todos los ancianos regresan al origen y comparten esa luz acuosa en la mirada.
Un beso
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