6.7.08

PM5

Sobre una feliz comida familiar
Habría de llegar diciembre para que Patricia se atreviera a empezar su novela. Fausto le había dicho que vendría a México a pasar la Navidad, y que quería tener a sus hijos con él, en su casa. Se citaron a mediodía para comer juntos, en el San Angel Inn. Casados iban mucho allí, incluso antes: mucho jardín y muchas flores, pájaros y gatos evasivos, gente amable por conocida y excelente comida. Ella estaba nerviosa, como los niños. Encontrarse con Fausto, luego de siete meses de ausencia, no era cosa de todos los días. Madre e hijos se levantaron temprano, se prepararon y terminaron de envolver los regalos. Aunque quisieron acortar las horas, estuvieron listos mucho antes de la cita. "Ya nos vamos si prometen portarse bien y no ensusiarse mientras llega papá". Y ahí estaban en la mesa del jardín, todos muy formalitos y rodeados de moños rojos. Tomaban un refresco, comían la botana, cuando de pronto -justo a la hora señalada- vieron entrar a Fausto. Pedro e Isabel corrieron para abrazarse a él; Patricia esperó a que se acercara a donde ella estaba. "Tequila para los dos, y sangrita de la casa", indicó Fausto al mesero. Ordenó por ella, como siempre lo había hecho, pero esta vez se dió cuenta y preguntó "¿Quieres tequila, o prefieres otra cosa?"; Patricia sonrió y "sí, tequila está bien". Los niños se arrebataban la palabra, como queriendo llenar los huecos de la ausencia de su papá. Fausto y Patricia se veían contentos, riendo y escuchando a los hijos. Parecían una familia muy feliz, los padres satisfechos y orgullosos de los niños. Fue una de esas ocasiones en que uno vive exactamente lo que quiere, cuando por nada del mundo desearía estar haciendo otra cosa, o en compañía de personas distintas. Momentos escasos en la vida.

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