A pesar de que una parte de mí ya se acostumbró a su ausencia (uno de acostumbra a todo, ya lo sé), todos los días al despertar siento por unos segundos que sigue viva. Ayer estuve llorando en unos brazos casi desconocidos pensando en la tragedia que es haber cambiado tanto, en qué pasaría si de algún modo volviera y no pudiera reconocerme. ¿Qué diría ella de la esperanza perdida, de mi vida en Brooklyn, de Matías, de la vejez de nuestra perra inquebrantable?
Quizá la tragedia auténtica sea que de algún modo todo lo que me pasa tiene que ver con mi madre muerta, como si ella estuviera en la totalidad de las personas. Por eso soy un detective viejo, enfermo, que va buscándola en los montoncitos de arena y en miradas verdes que recién conozco. Hace poco soñé que tenía seis años y estaba atardeciendo en el departamento de Puerto Vallarta. Ella estaba vestida con una falda larga a cuadros de colores brillantes y se reía de no sé qué cosa que pasaba en la tele. Yo me reía también y corría a enredarme en su falda y me convertía en una bolita de felicidad de perfecta pequeñez.
Luego abrí los ojos y el mundo era un caleidoscopio en blanco y negro.
3 comentarios:
Me alegra mucho leerte de nuevo por acá. Saludos.
Solo quiero hacer patente mi paso por aquí. Respecto a lo leído, lo más prudente, creo, es guardar un solidario silencio, y, acaso, dejar un abrazo muy tuyo, que reclames cuando quieras.
Cariños.
- Lufemol.
El comentario cliché y cierto de que este post llega y pega con todo, cliché pero tan cierto que no se puede decir más.
Publicar un comentario