recorrí las siete cuadras que hay entre mi casa y el metro. nevaba quedito, como si dios hubiera querido tender sobre el mundo una alfombra para alonso y para mí. las maletas dejaron marcadas sus ruedas en la delgada capa de nieve que había en la banqueta. luego de vuelta estaba sola y tomé un camino más largo: diez minutos de calles vacías enmarcadas en el cielo rosanaranjado que las madrugadas de esta ciudad tienen cuando está nevando. estoy segura que estaba caminando desde el fin del mundo o hacia él.
cuando pasé de regreso nuestras huellas ya se habían borrado.
1 comentario:
Hay huellas que se borran, apenas se imprimen. Hay quien prefiere no regresar, a veces, es mejor no regresar.
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