Arturo no lo sabe, pero es una de las personas que más admiro. Primero que nada, porque puede tomarse varios caballitos de "la lechera" con un popotito sin que le duela la cabeza, segundo por su extraordinaria autenticidad. A pesar del toque trágico que adorna su personalidad, es un gran jugador de casi cualquier juego que se le atraviese, quizá por eso estar con él es siempre gustoso y refrescante. No por nada pasamos las horas más largas de nuestras pubertades viendo películas, buscando babosadas en internet, comiendo pizza, jugando nintendo o nadando en una alberca de Cocoyóc cuya temperatura siempre era la ideal.
Durante los más de diez años que llevamos de conocernos hemos tenido momentos -meses- de mucha cercanía, otros de océanos de distancia. En realidad, esos detalles no importan: me gusta que regresemos a la larga plática y a la risa simple, que nuestra amistad esté tejida con un hilo que resiste las inclemencias del tiempo. Verlo es -será- siempre un privilegio y una bocanada de aire fresco. Never take life seriously, me dice, nobody gets out alive anyway.
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