teie
la tarde está nublada. yo -como siempre- amenazo con ser un anochecer lluvioso, una taza de café con leche frío, la etiqueta de tus pantalones nuevos que te molesta en el coxis o esa sensación de comezón en el interior de la garganta que anuncia que te vas a enfermar. pero tú aguantas -siempre lo has hecho- y me regalas una sonrisa azucarada que detiene los relojes de la plaza. entonces entiendo qué es lo que me mantiene aquí, te invito una taza de té de menta y las espinas de nuestros silencios se achatan hasta desaparecer por la puerta de madera, que invariablemente permanece abierta.
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