Hoy, al despertar, extrañé a mi madre (ninguna novedad por ese lado). Desayuné toronja y dos quesadillas con epazote. Estuve una hora tratando de comprar mi boleto a Orlando (yeiii) por teléfono. Lo logré. Me bañé, me vestí, me perfumé. Corrí, como de costumbre, al ITAM. Ya en la facultad, platiqué con dos o tres personajes. Temas: las deliciosas y angustiantes complicaciones propias del amor, la elección que hubo de representantes de las carreras, la prudencia de publicar el artículo sobre el orgasmo femenino. Tomé té sin azúcar, muy caliente. Comi jícama sin limón y sin sal. Terminé el libro que debía leer para clase de 530.
230. Comi, con una persona que no esperaba ver en la mesa de junto. Nos saludamos. Caminé, peleé sin tener razón (maldita costumbre), recapacité, me reconcilié, caminé de vuelta. Tomé chai con leche. Encontré, sorpresivamente, a un querido amigo perruno. Nos abrazamos. Se hizo tarde, entré a clase. Participé, apunté, critiqué, aprendí. Salí en el descanso para ver los resultados de la votación. Ganaron los que quería. Regresé al salón. Salí, me fui a mi coche. Cené una gran ensalada, con gran compañía. No tomé vino por el antibiótico. Tampoco café ni postre, solamente dos gomitas rojas en forma de corazón de las que te mandan con la cuenta. Regresé por mi coche. Me disgustó cierto comentario. Me enojé un poco. Lo pensé mejor, me desenojé. Llegué a casa, acariciè a mis perras, me puse la pijama, me lavé la cara, los dientes. Abrí mi mail, nada nuevo. Chequé el garage. Recordé, repentinamente, aquel libro de Francisco Hernández que me encanta, el Diario sin fechas de Charles B Waite. Decidí postear algo de eso, compartirlo. Luego pensé en mi propio diario que, por ser yo un personje real, en un contexto real, está tristemente condenado a tener fechas.
Ahora son 1210. Pienso en mi día, se los cuento.
Ahora son 1210. Pienso en mi día, se los cuento.
1 comentario:
Buenisimo post. Ventana a tu vida.
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